Pensar la propia muerte conlleva una extrema dificultad, ya que la muerte propia está todavía por morir, por lo que sólo se puede conjugar el infinitivo “morir” en tiempo futuro. Para ello es necesario un desdoblamiento que posibilite la distancia imprescindible para asumir este encargo como ejerccio de ficción. Esta ficcionalización del acontecimiento Morir es opuesta a la treta de Rembrandt, dado que en el caso del pintor la muerte es fingida en pro de una suplantación que solapa el descanso eterno y las refriegas de la vida. En el caso que nos ocupa, la pirueta que asiste a la ficción de la muerte propia es precisamente la que nos permite ajustar nuestras cuentas ahora , hacernos cargo a través de las formas verbales del pasado – presente – futuro para ejercitar la conciencia de un yo contigente.
Los artistas presentes en esta exposición asumen el encargo desde múltiples puntos de vista (no podría ser de otra forma, ya que vida y muerte pueden desplegar variantes infinitas) que van poniéndose en contacto como si pudiéramos trazar una sutil línea de visiones en común. Todo ello es modulado a través de diferentes propuestas retóricas tales como: la celebración de la repetición desde el anonimato de una habitación de hotel hasta la bioética, el acontecimiento efectivo y el acontecimiento que tiene lugar, el paso hereditario del testigo, el retiro voluntario, la construcción del relato personal y la memoria, etc.
La deriva que suscita en los artistas el tema de su muerte viene a conformar una suerte de constelación moriturus que nos invita a reflexionar sobre una cuestión que en sí aglutina todas las demás cuestiones, sobre un continente que siendo la nada lo contiene todo; nuestra propia muerte.
Así lo hizo Marcel Duchamp cuando dejó escrito el epitafio de su tumba:
ÉPITAPHE: /…ET´D´AILLEURS/ C´EST TOUJOURS LES AUTRES QUI MEURENT ( … Y ADEMÁS/ QUIENES MUEREN SON SIEMPRE LOS DEMÁS).

Óscar Hernández.
Comisario de la exposición.

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