La ciudad y sus habitantes se disfrazan. Santa Cruz se despierta del sueño en el que permancece sumida el resto del año. Durante una semana, cada uno es lo que quiere ser. Todo se transforma y aguantamos sonrientes, colas interminables para comprar telas, repetimos como un mantra las canciones que bailaron nuestros padres y convertimos el momento de ponernos el disfraz en un ritual. Saludamos al vecino que cada día ignoramos, brindamos con nuestros enemigos y aceptamos con resignación que se hace de día desayunando churros y barraquitos en el Mercado. Días de desfile de monarquías anárquicas, tambores y pitos ¡Que suenen los pitos!

 

 

 

 

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