Cuerpo -prisión

A mediados del siglo XX, coincidiendo con su partida a Madrid, Manolo Millares comienza a trabajar en sus primeras arpilleras. A través de esta serie temprana denominada "Perforaciones" y "Muros" el autor comienza a desplegar un proceso plástico de desarrollo espacial. Sobre la superficie de la arpillera, y reduciendo su paleta casi al blanco y negro -con inclusiones de rojo y azul-, Millares atraviesa las manchas de color, raja la trama de la tela perforando el lienzo.
El pintor, que abre agujeros mentales para excavar la tierra primigenia rescatando la memoria de las inhumaciones guanches, desenvuleve el sudario del cuerpo – prisión para otorgarle la dimensión perdida, la dimensión material a la arpillera.
Millares trata la pintura como si construyese una pared, desconchándola, horadándola hasta convertirla en muro agujereado, desarrollando el espacio en su tercera dimensión; por que al abrir los huecos se ve a través de ellos la superficie vertical y lisa sobre la que cuelga la arpillera. Detrás de su " Muro" se ve el muro.
Manolo  Millares, que clama por encontrar sentido a la barbarie,por dotar de luz a la memoria pintando la muerte desde la vida y pintando la vida desde la muerte, sabe que los muros siempre tienen dos caras; la de dentro y la de fuera.

"Porque salía entonces, no pude ver lo que pasó detrás del muro, el primer albayalde a este lado, más allá… si, más allá, color sin tiempo y desconchones, un muro sin crepúsculos, sin pálidos trallazos fusileros. Iba saliendo despacio; era como cualquier otro muro, de piedra vista a una sola cara. Detrás ni dolor u otro significado, algo así como un silencio sin historia […]¿de qué muro hablo?[…]Decididamente, señor este enfermo ha perdido el sentido del muro. Testimonios de otros internados demuestran que el muro era negro, recubierto de alquitrán. En el muro fueron fusilados, según cálculos que obran en nuestro poder, unos veinte mil prisioneros".

Manolo Millares: Memorias de una excavación urbana (y otros escritos)

Isla-muro

La isla nos provee de la diferencia no a través de lo que ya está en ella, de lo que ya la habita, sino a través de lo que se introduce en ella. En la isla solo se sabe que hay un afuera (que existe un algo fuera de la isla) porque lo exterior entra en la isla. Si no entrara, si no penetrara en la isla, el afuera sería una ensoñación, una mera presunción de exterioridad.
La isla en su voluntad deleuziana de repetición es capaz de generar imágenes circulares en constante bucle; tiene la capacidad de alimentar un tiempo que se encuentra consigo mismo en déjà vu.
Este tiempo re-vivido, este tiempo en compás de espera del "acontecimiento", del afuera que detone " el acontecer" densifica y grava aún más si cabe la imagen circular arrojándonos una isla de ecos; intensa y obsesiva.
La palabra obsesión proviene del latín obsessio, que a su vez significa asedio, cerco. El asedio es una estrategia militar que bloquea y ataca prolongadamente una estructura mediante su rodeo obstaculizando la llegada de refuerzos y suministros (cuenta con el cansancio del oponente) con el fin de tomarla por la fuerza.
Así pues, resulta que tanto el asedio como la obsesión devienen imagen circular y que uno de los ecos principales que genera la imagen circular es un cerco que rodea el espacio convirtiéndolo en figura-círculo.
Siguiendo el hilo anterior llegamos a intuir una obsesión, cuanto menos peculiar, que se repite em ciertas represetaciones de artistas canarios y que en líneas generales  aparece velada o eclipsada por otros asuntos. Y no es nuestra intención hablar aquí de arte canario como categoría, sino de un tipo de representación llevada a la práctica por artistas, efectivamente, canarios, que viven tanto dentro como fuera de las islas.
La obsesión a la que nos referimos pasa por comprender como los artistas -no olvidemos en este punto lo que decía Pessoa de que el poeta (el artista) es un fingidor- son capaces de distraer nuestra atención…

" Sabemos que en el Café Gijón no podemos tener vuestro cielo […] ni vuestra luz, ni vuestra tranquilidad isleña, que es la que os hace prodigiosos, la que hace prodigioso vuestro arte, […] vuestras obras, vuestros cuadros, […] vuestros versos, esos versos tan bonitos, […] ese arte tan maravilloso que solo la isla puede producir. […] por que no lo producís vosotros, […] lo produce la isla; y esa belleza, esa tranquilidad, […] es la que debe consolaros de estar encerrados"

Luis Alemany: Los puercos de Circe.

Pudiera parecer que ciertas representaciones isleñas contemporáneas continúan ofreciendo al espectador una visión de isla plácida, bañada por la luz radiante que modela sombras coloreadas, conformada por aquitecturas evanescentes de espuma; isla-color, isla-luz, isla domada. Esta visión del deleite es una distracción.
Pudiera parecer también que el artista insular en oposición al artista continental, refleja un mar que ansía atravesar como camino, como distancia a salvar para no sentirse separado; representado el horizonte como promesa de posibilidad del afuera, de lo otro; exterior-motivo, exterior-promesa. Esta visión del deseo es otra distracción.

Isla-proceso

El artista, que ha pensado ya la tierra, el cielo, el océano, la otredad, la exterioridad, el continente y la isla, pinta el horizonte como excusa para pintar un muro.
La imagen del muro es la de una representación que obstaculiza la visión del más allá, que deja fuera un mundo, considerado como exterior a, para dirigir la mirada hacia lo que queda del muro para adentro. No hay horizonte que salvar o distancia que acortar por que lo que interesa es lo que queda de este lado, del lado de la cara del muro que podemos ver.
Representar ese muro, esa cortina, esa imagen obstáculo que deja en otro plano el afuera de, nos ayuda a entender cómo en el caso de los artistas que nos ocupan, el fondo del cuadro, el fondo de la imagen, no es otra cosa que un círculo. De forma absolutamente conciente, los artistas construyen una imagen de auto-cerco, de isla leída a través de un periplo, de un viaje circular que no teme adentrarse en la isla abisal para cavar la tierra, para hacer agujeros en el relato de la exterioridad que creemos dominante. Los artistas reclaman ahora ocupar el lugar que había sido desplazado por la promesa del afuera, asaltan la línea del horizonte, la desplazan, la borran y la hacen estallar.
Este encuentro, el del muro y el del agujero, en su obsesión más metafórica nos invita a pensar en una isla que no se piensa así misma ni como finita, ni como infinita; ni como origen, ni como final. Nos invita a entender una isla pensada desde y por nosotros, nos emplaza a mirar hacia adentro para explorarnos a nosotros mismos e intentar comprender así cómo estamos construyendo nuestro relato.

Lo que vemos delante del muro o dentro del agujero es un nosotros como isla-proceso.

Cuerpo-prisión. Isla-muro. Isla-proceso.

Beatriz Lecuona y Óscar Hernández

 

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