Mariluz Hernández mantinene la línea que anticipaba en sus anteriores series. Construye un croquis de la sociedad contemporánea a través de pequeños espacios urbanos. La artista se acerca a lugares comunes de la ciudad para reflejar el perfil de sus habitantes. En sus espacios, vacíos, solitarios, siempre está candente la mano del hombre y su acción. Cómo bien indica Yolanda Peralta sobre la artista tinerfeña «(…) en su trabajo investiga sobre la forma en la que construimos nuestra identidad a partir de la ocupación del territorio, partiendo de la premisa de que nuestra existencia es forzosamente espacial (…)». Pero también la artista cumple con esa tendencia del artista actual de dialogar con la superficie, de conectar con lo que le rodea, para acercar al espectador lo que la rutina le oculta. Con su obra Mariluz Hernández actúa de lazarillo para que podamos ver lo que somos mientras nos muestra como vivimos.
Carmen Fernández igualmente dota de gran consideración al proceso artístico, concibiéndolo como una experimentación constante, lo que le hace usar diferentes soportes, materiales y técnicas proporcionando a su obra un aspecto inacabado, improvisado y ágil, creando tensiones en las gamas de colores o en las composiciones. Su obra es el resultado de una investigación que le lleva a enfrentar conceptos y a resolver problemas en torno a la pintura.
Temáticamente, la artista grancanaria aboga por producir nuevos escenarios, asociando conceptos como el medioambiental y el turismo. Así, elementos propios del estado de bienestar y de la globalización, turística en este caso, son invadidos por la naturaleza, creando un nuevo follaje, ofreciendo de esta forma una mirada irónica de la actividad del hombre sobre el territorio. Esa deconstrucción del paisaje provoca una dicotomía entre lo real y lo artificial y nos plantea cuestiones en torno a la necesidad que tenemos de controlar el espacio en el que vivimos. Frente a los paisajes domésticos y sometidos a la acción del hombre, a modo de jardín de tradición francesa, Fernández nos muestra espacios salvajes donde la vegetación no tiene control.
Hace tres años la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias inició un programa expositivo donde se invitaba a dos artistas a dialogar para producir una exposición en común que tuviese como itinerario principal la influencia mutua y los rasgos que los separaba y los unía. De esta forma, en 2006, Juan Pedro Ayala y Antonia Bacallado crearon el proyecto Confluencias.
Históricamente, los artistas canarios se ha dejado influenciar por el paisaje que les rodea, conviertiéndose, en muchas ocasiones, en el leit motiv de su obra. La originalidad del terreno que poseen las islas determina, tradicionalmente, la visión que de ellas se tiene y la forma de representarlas, que generalmente refleja como una causa exógena al ser humano, digna de admirar. Pero esta imagen romántica del paisaje ha evolucionado hacia otros derroteros en los últimos años. La conciencia ecológica y el auge de organizaciones de todo tipo que abogan por un planeta más limpio, ha favorecido, por parte de los artistas, otro tipo de miradas menos inocentes. Es en este marco donde se encuentra la obra que estas dos artistas presentan en esta muestra. No obstante, ninguna de las dos busca promover una mayor concienciación ecológica en el espectador ni suministar nuevos contenidos para un mundo más sostenible; el paisaje es un tema recurrente, una excusa para concebir la pintura como un valor en sí, realmene buscan investigar en la propia pintura como medio artístico sin ninguna carga mística social, dotando de gran importancia al proceso creativo.
Se trata pues, de una cartografía de puntos especiales lo que conforma su obra y lo que hace que ambas creadoras se acerquen o se alejen en el mapa artístico. Sus obras reflejan lugares cotidianos del territorio cívico en el caso de Mariluz Hernandez, mientras que Carmen Fernández inunda de naturaleza salvaje objetos que están en el imaginario colectivo como sinónimos de bienestar social. |
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